miércoles, 19 de mayo de 2010

La creación


Dibujo: "The creation" - Karim López. 2010.
El lápiz era como la mano de Dios en miniatura. De él salía todo un mundo nuevo que con cada trazo tomaba forma y se expandía en mil pixeles (por decir direcciones). Continuo. Incansable. Fantástico. ¿No es increíble todo lo que puede tener dentro un lápiz?

lunes, 17 de mayo de 2010

Mia


Desde que abrió los ojos e intentó hacer el primer ladrido, ella fue libre. Nunca conoció las altísimas rejas que limitan el horizonte hacia fuera, ni las pesadas cadenas a las que a muchos de su especie los someten, a una edad casi tan joven como la suya. La calle era su escenario, los bancos de los parques su camerino, y cualquier caminante que le silbara entretenido, un actor colega dentro de la misma obra. En el momento que la recogimos y la llevamos a un teatro más angosto, su nueva casa, sin pretenderlo pasó a ser la pieza indispensable de nuestro propio espectáculo. No precisamente la primera actriz, pero sí aquella que más se notaba cuando se ausentaba. Su mirada oscura y profunda nos hacía improvisar diálogos, y sus escapadas y movidas desencadenaban escenas completas. Con ella, éramos felices. Y creo que ella también lo era. Con el tiempo, la rueda dio la vuelta. Se trasladó a donde las hojas eran más verdes y el patio más amplio. Reemplazó las cercas de piedra por unas de madera fácilmente escapables; y una noche, del otro lado de la propiedad, conoció el amor. Cuando le tocó irse, dio una última mirada atrás. Sentía nostalgia, pero sabía bien que nosotros no debíamos temer por ella. Volvía al lugar donde siempre perteneció. Y una vez más, esta vez por siempre, fue libre.

viernes, 14 de mayo de 2010

La respuesta


Ella no podía dormir. Cansada del esfuerzo de hacer cerrar inútilmente sus ojos, los tenía fijos en el techo, donde en la oscuridad ella imaginaba que éste se despegaba y se elevaba en las estrellas hasta perderse. De repente, incluso hasta sentía que las estrellas se hacían más grandes y cercanas. Pensó estar loca cuando vio que se movían. Como un gran rompecabezas que se armaba de forma autónoma, dibujaban una cara. Ella pensó en su madre. En su interior la invocaba, le pedía que se manifestara, que no le había sentido en ningún momento en los cuatro años después de ésta fallecer. Cambió la vista del techo con humedad al tocador, dos metros al sur de su cama. La vela ceremoniosamente colocada frente al retrato de su madre había languidecido hasta extinguirse, pero el humo de su mecha se elevaba débilmente aún. Ella clamó de nuevo. En silencio mencionó su soledad, sus tribulaciones, la falta del calor de una mano que pudiera sentir sosteniendo la suya, aunque fuera a distancia. El clamor se fue tiñendo de enojo, la súplica tomó tinte de ultimátum. El humo de la vela dejó de existir. La brisa que soplaba por las ventanas abiertas se escondió. El cuarto se hizo en segundos más oscuro. De repente, un ruido seco inundó el sitio. Ella se sobresaltó. Habían tirado algo al suelo, con violencia. Se levantó de un brinco y encendió las luces. El retrato de su madre yacía en el piso, boca abajo. El vidrio del enmarcado no estaba roto.

sábado, 1 de mayo de 2010

Metáfora del dolor


Crédito de imagen: Fuente Externa.

Cuando algo te duele, la sensación que eso provoca es similar a la de una carrera, donde uno es un corredor que trata de hacer su mejor esfuerzo para adelantársele al dolor, de forma que éste con su inevitabilidad no nos arrope. Ya sea físico o de los que sigilosos van surgiendo de las profundidades de nuestro espíritu, el dolor y nosotros empezamos la carrera saliendo al mismo tiempo de detrás de una imaginaria línea blanca pintada con tiza en el suelo. En algunas ocasiones, si es súbito y repentino, nos lleva ventaja, mientras atontados nos preguntamos qué pasó y lo vemos correr delante de nosotros, antes de reaccionar.

Si el dolor es resistible, en nuestra mente nos vemos pasándole por el lado y dejándole atrás, no sin un cierto dejo de esfuerzo. Hay incluso ocasiones en que la lucha es más reñida. Tratamos y corremos, aumentando la velocidad en nuestra carrera subconsciente, pero el dolor se revela igual buen corredor que nosotros. No podemos adelantarle, pero el mismo tampoco cede. Nos vemos sudando, casi chocando los hombros uno con otro, podemos oír su respiración entrecortada a centímetros de nosotros y si nos volvemos vemos en sus ojos rojos y marcados su ruda determinación de ganarnos. Hasta nos atemoriza.

Pero hay ocasiones en las que perdemos la carrera. Tratamos de sacar impulso de donde hace minutos ya no existe, inhalamos lo más profundo que podemos, levantamos nuestras miradas al cielo como buscando algún tipo de ungüento divino que baje de entre las nubes, y todo en vano. El dolor va varios metros delante nuestro, celebrando su victoria. Nos resbalamos y caemos. No podemos resistirlo. Sobreviene el pesar. Y con él, la desesperación.