viernes, 24 de junio de 2011

La 91


Crédito de imagen: Fuente Externa.

La habitación estaba semioscura. El único resplandor que se notaba era una lámpara de luz azul que, colocada en el suelo, alumbraba hacia la pared, difuminando su ya débil color con la textura del concreto. En el otro extremo, estaba recostada la cama, y yo sobre ella, con mi espalda tocando el frío muro. Vi de lado una pequeña mesa de noche, con un gastado mantel rojo, un libro de Osho y el radio encendido. Por alguna razón que no comprendía la luz del radio parpadeaba.

Esa noche sonaba La 91. A esas horas todo lo que se oía en esa emisora era música suave, preferiblemente de par de décadas atrás. Lo curioso es que en este escenario también me sentía como que estuviera congelado en el tiempo, en una habitación ajena. No hacía frío salvo que en la pared, ni tampoco de estos calores que se metían sin aviso ni respeto y hacían que uno quisiera salir corriendo. Era el clima ideal. Tenía los ojos entreabiertos y un poco humedecidos, y veía a mi alrededor a través de un filtro como desenfocado. Por suerte a esa hora en La 91 tampoco hablan mucho, lo cual es perfecto. Sólo música. Suave. Antigua.

Y sentí sus pasos. Ella venía descalza y caminaba ligera, como las pisadas de un gato. Sentí el peso de su cuerpo mientras se subía a la cama, hundiendo con disimulo el colchón, y no se hizo esperar esa suave descarga eléctrica que se produce cuando dos cuerpos desnudos se chocan. En un segundo tuve su rostro junto al mío. Cerré los ojos, y literalmente estuve saboreando sus cabellos, pues tenía un mechón rebelde bordeándome la boca. Casi inmediatamente me habló, y más que una oración fue como si estuviera tarareando una melodía: "Hola..." Y no necesitó decir absolutamente más nada. No era necesario.

Esta noche no puedo dormir. El calor no me deja y no suena música porque hace rato apagué el computador. La única luz que se ve es la del regulador de voltaje en una esquina del piso, que casualmente hoy parpadea. Pero no me molesta que en noches como ésta un recuerdo viajero me traiga una sonrisa a los labios. Un recuerdo de tiempos en los que las horas andaban al ritmo que uno les marcara, dependiendo de la intensidad con la que se fuera, mucho antes de que entrara toda la porquería que hace que las buenas cosas se terminen yendo por el excusado. En este instante, incluso me llega a la mente la misma música que sonaba en esa ocasión por la emisora. La ventana está abierta y la brisa se resiste a soplar. Me pregunto cómo estará ella en la distancia.

miércoles, 22 de junio de 2011

La máquina del tiempo

Unos años atrás, cuando éramos un poco más jóvenes y curiosos aún (lo seguimos siendo a estas alturas de la vida - afortunada o lamentablemente), en una oscura tarde en la universidad, una canción de Fito Páez escuchada en audífonos me hizo levantar el trasero e irme a mi casa con la suficiente inspiración para escribir la mía propia. Un tiempo y algunas canciones después, en un mes de febrero llegaron al mismo tiempo un compañero músico mucho más diestro y abierto, y la oportunidad de tocar par de esos temas en vivo. Aunque melodiosos, éramos todavía crudos y verdes, pero después de esa invitación llegó otra, y después otra, hasta que la evolución de los eventos llevó a la conclusión inevitable, un sueño anhelado desde los días en que aún no había salido de la secundaria y era un chaval no tan flaco, pero tristón: "Ey, man, hagamos la banda completa". Bajo ese grito de guerra nació Pranam.

Fueron buenos tiempos. Se tocó muy buena música. Pero fuimos inconstantes. Surgieron circunstancias y no cambiamos con ellas; en consecuencia nos estancamos y como bloque nos hundimos. Como escribe Noel Gallagher en la canción de Oasis, "we had the chance and we threw it away". El tiempo siguió su paso brutal.

Pero este año se presentó de nuevo la posibilidad de remendar eso. De despertar el dinosaurio y ponerlo de nuevo a andar como realmente amerita: los recién iniciados "Jueves del Bar en Concierto" del Gran Teatro del Cibao. "¿Quieres tocar allá este próximo 16 de junio? Armate un concierto y llégale", dijo el encargado de hacerme la propuesta. "Seguro", respondí, sin tener siquiera una mínima idea de qué iba a hacer. "¿Tiene nombre el grupo tuyo?" volvió a preguntar el señor. "Claro (...aliento contenido...) Pranam". Todo se volvió más claro. Y de ahí surgió la idea del show de "La máquina del tiempo". A todo el que nos preguntó le decíamos que el nombre era por ser un recorrido entre clásicos que todo el mundo conoce, con arreglos nuevos, más algunos de los temas propios que hacíamos en el pasado. Y así mismo era, pero en realidad, para nosotros, y especialmente para mi, "La máquina del tiempo" tenía una orientación diferente. Hacia el futuro. Hacia todas las mejores cosas que están todavía por venir y que comienzan a partir de ahora.


Hubo gente que se quedó por el camino. A veces uno siempre quiere que las personas con las que uno empieza algo sean las mismas que estén contigo un tiempo después, pero supongo que así no es como funciona el asunto. Ey, tampoco es que me queje. Si esta es la manera indicada para garantizarnos una permanencia y no cometer los mismos errores de antaño, adelante. Muchísimas gracias a todos los involucrados, son muchos para nombrar. Tanto a los que nos metieron la mano en su momento como a los que el jueves 16 de junio del 2011 se dieron cita en el Bar del Gran Teatro a las 9 de la noche para comprobar que se puede hacer buen rock n roll y lo mejor, disfrutarlo, sea ese su género musical predilecto o no. Es trabajo nuestro hacerlos cambiar de opinión. En todos estos años, ésta es la primera vez que puedo decir, sin sentir que estoy mintiendo: "Ahora hay Pranam para rato. Nos vemos pronto".