Para los ojos castos, era la mujer más bella del mundo. Sus ojos parecían dos perlas que brillaban en el azul del mar esperando subir, ese azul tan intenso y transparente que en el horizonte no se distinguía cuándo terminaba el mar y empezaba el cielo. Tenía la piel de la muñeca de porcelana más cara y distinguida jamás vista, de materiales exportados del Medio Oriente o algún país milenario aún por descubrir. Nunca se supo si su pelo era real o una yarda de las cortinas que cubrían el cielo. Ni decir de su sonrisa, que podía ordenarle a un día nublado que se fuera y se asomara el sol.
Era la mujer más bella del mundo, y verla acercarse caminando era todo un acontecimiento. Hasta que habló. De repente, fue la mujer más horrible jamás conocida.
Era la mujer más bella del mundo, y verla acercarse caminando era todo un acontecimiento. Hasta que habló. De repente, fue la mujer más horrible jamás conocida.