jueves, 11 de mayo de 2006

Belleza

Para los ojos castos, era la mujer más bella del mundo. Sus ojos parecían dos perlas que brillaban en el azul del mar esperando subir, ese azul tan intenso y transparente que en el horizonte no se distinguía cuándo terminaba el mar y empezaba el cielo. Tenía la piel de la muñeca de porcelana más cara y distinguida jamás vista, de materiales exportados del Medio Oriente o algún país milenario aún por descubrir. Nunca se supo si su pelo era real o una yarda de las cortinas que cubrían el cielo. Ni decir de su sonrisa, que podía ordenarle a un día nublado que se fuera y se asomara el sol.

Era la mujer más bella del mundo, y verla acercarse caminando era todo un acontecimiento. Hasta que habló. De repente, fue la mujer más horrible jamás conocida.