miércoles, 10 de octubre de 2007

La máscara de pelos

Hay momentos en el día en los que me topo con un espejo y no puedo dejar de mirarme. Especialmente mi barba, ya de dos meses. Siempre hay un instante en la que la veo tan tupida y en peligro de salirse de control que me digo a mí mismo que ya es hora de rasurarla, acción que acompañada de un ligero corte de pelo no caería nada mal.
Sin embargo, algo en mí se resiste. Tal vez la costumbre de ya levantarme todos los días y vérmela puesta, tan serena y ella. O quizás es que ella me sirve como un muro protector entre el mundo de afuera y yo, donde ella asemeja la forma de una máscara tras la que me escondo y puedo observar lo que me rodea desde al lado del camino. Rasurarla entera significaría exponerme, en cierta forma desnudarme y en estos momentos parezco no contar con la suficiente preparación para eso.
Me costará un día de éstos levantarme con la decisión entre los brazos y tirar una moneda al aire para decidir el futuro de mi armadura de pelos. Seguramente de no obtener la respuesta deseada tiraré la moneda varias veces más hasta conseguirlo. Mientras, la barba y las gafas me dan la ilusión del anonimato que no es que precisamente esté buscando, pero que no estoy seguro de querer dejar.

viernes, 5 de octubre de 2007

Santiago de noche: visión # 3

Historia de la violencia

Se levanta el telón. Escenario: Mi persona en un carro público a las 12 del mediodía por la avenida Circunvalación, casi llegando al cruce del Cambronal. Una semana atrás. En el mismo carro hay tres personas, todas en los asientos delanteros: el chofer, malhumorado (a no ser que esa sea su personalidad de todos los días), una señora en el asiento del pasajero, pegada a la ventana, y en el centro mi persona tratando de acomodarme entre los dos ocupantes a mis lados y los frenos de emergencia y palanca de cambios debajo mío. No recuerdo que hiciera mucho calor, pero igual el chofer y la otra señora iban hablando unas pendejadas a las cuales yo no les estaba prestando atención. Baja el telón.

Sube de nuevo. Escenario: Ya esta vez vamos por la esquina del Palacio de Justicia. Le estamos llegando por aproximadamente 15 metros. En la misma esquina, hay una mujer, con una niña, y un joven de no más de 30 años que se coloca por delante de ellas como en actitud protectora. Obviamente quieren cruzar la avenida, y se colocan un paso adelante de la acera para aprovechar el primer espacio entre el flujo continuo de vehículos para echarse a correr hacia el otro lado. Baja el tel...no, perdón...se queda igual.

Aún teniendo espacio para cruzar por el otro carril, el chofer va en dirección de las personas que están paradas en esa esquina, sin disminuir la velocidad. Especialmente el joven pone una cara de asombro (que siguió a una de susto), al ver que el chofer ha frenado el frente de su destartalado carro a no más de 10 centímetros de donde él estaba parado, protegiendo a las damas (hasta probar lo contrario) detrás. Cinco segundos antes, yo había medio cerrado los ojos, ya imaginándome el impacto.

Como era de esperarse, el joven en la calle se molestó, y empezó a soltar toda una caravana de insultos hacia el chofer que lamentablemente yo no pude escuchar por el ruido de los demás carros que circulaban alrededor. El chofer al parecer estaba en ánimos de pelea, pues empezó a responderle mirando hacia atrás por la ventana de su lado, mientras al mismo tiempo seguía conduciendo. Y otros diez metros más adelante, en pleno clímax de la discusión, el chofer detuvo su auto y abrió la puerta, al tiempo que la mujer al lado mío le imploraba que no peleara, que no valía la pena. "Mira, maricón" decía el chofer "ven, no te mandes!", e hizo un rápido ademán hacia el costado de su asiento como haciendo el bulto de querer sacar un arma. Hizo unos gestos con la mano y se volvió a montar en el vehículo, mientras el otro joven atrás decía dos o tres cosas antes de volverse a silenciar su voz por el ruido del ambiente. Gracias a Dios, baja el telón.

Veredicto. Yo no soy quien para juzgar lo que está bien o lo que está mal, ni mucho menos para hablar de responsabilidad, pero si la gente dice que este país va mal, y que como nación no vamos para ningún lado, es por personas como este chofer. Este pendejo increíblemente irresponsable, además de casi provocar un accidente, se quiere poner a pelear como si el que tenía la culpa era el otro. Hablemos entonces de la cultura del "gallo". Que quien esté allá arriba, si es que hay alguien, nos ampare.

Santiago de noche: visión # 2


Sobre mi azotea, una buena cámara, una lata de Coca-Cola fría (a falta de alcohol, no andaba de mucho dinero ese día), y un sitio no muy sucio donde sentarse; calma total. Debajo, el circo urbano seguía su curso. Que le vaya bien.

sábado, 2 de junio de 2007

Ninfa dormida


Borracha de sensualidad tras los efectos del vino, cayó, y miró su pared fija y dura mientras sentía el suelo bailar bajo su espalda.

viernes, 1 de junio de 2007

Diario de los sueños #3: Los cabellos de otra dimensión.

El sueño:
Aún abriendo los ojos y creyendo despertar, Karim se dio cuenta de que todavía soñaba, acostado como estaba. Miró hacia arriba para observar el cielo que se difuminaba en extraños colores rojizos, escondiendo un azul que tímidamente se contentaba con estar detrás. Y entonces, impulsado por un resorte cuya velocidad flanqueaba, él se levantó. Tuvo que desperezarse par de veces para darse cuenta de la localidad desértica en la que estaba. Se parecían a las dunas de una ciudad del sur, pero con aspecto más post-apocalíptico. El viento le soplaba en los ojos y arrastraba arena consigo, y forzando un poco la vista pudo ver a corta distancia el mar, como si quisiera esconderse también entre la brisa.

Por razones que sólo se saben en los sueños, Karim empezó a caminar, como si supiera dónde iba. Llevaba las manos abiertas, para recibir los golpes suaves de la arena que pasaba entre sus dedos impulsada por la brisa. Pasó entre matorrales casi secos y ruinas de una otrora casa de madera, cuando de repente la vio, columpiándose sobre una rueda colgada de un árbol. Era bella, casi inusualmente bella considerando lo surreal de todo el ambiente. Blanca y rubia, sus largos cabellos caían sobre todo su cuerpo desnudo, el cual le daba un aspecto atractivamente fantasmal. Y más se sorprendió Karim al notar el parecido en el rostro con ella, salvo que esta mujer, y no es arrogante al decirlo, era una versión mejorada de él mismo. Mucho más hermosa.

"¿Quién diablos eres tú?" preguntó él, con la sorpresa de encontrar una mujer bella y desnuda en un Chernobyl a menor escala. Ella se volvió, sin dejar de mecerse, y le lanzó una sonrisa burlona, seguida de una risa casi imperceptible. "Yo soy quien tú puedes ser", respondió. Más misterio. "¿Qué?" repitió él, casi mudo de asombro. Y ahí en ese momento fue que ella abandonó su semblante amistoso y de un salto dejó la rueda cayendo al suelo. Seriamente, miró a Karim y le dijo: "Yo soy quien tú puedes ser, pero tú nunca podrás alcanzarme. Gago de mierda. Estúpido..." , y en el acto echó a correr.

Con toda su fama de ecuánime, de paciencia excesiva y comprensión, Karim no pudo evitar que la sangre se le subiera a la cabeza del enojo que sintió. Su vista se nubló, al mismo tiempo que se le
teñía de rojo, los oídos se le nublaron, apretó los puños hasta hacerlos crujir y se lanzó a la persecución de la mujer a la misma velocidad con la que ella partió.

La arena pareció descender bajo sus pies. Volaban sobre las rocas. Cada zancada parecía de tres metros de largo. Por todos los rincones de la arena que ella corría, ahí iba él detrás, jadeante, colorado del esfuerzo, y furioso. De nada le valió a ella tratar de desviarse o burlarlo, la distancia entre ambos era demasiado corta.

De repente, enfiló sus pasos hacia unos matorrales y su cuerpo liviano pareció traspasarlos en un movimiento casi de ballet. Se disponía Karim a lo mismo cuando vio que le cerró el paso un tipo que salía de entre la maleza. Altísimo, rubio igual que ella, de barba, en camisilla y actitud desafiante. Le gritó Karim que se quitara de en medio, mas por toda respuesta recibió un fuerte empujón que hizo tocar su espalda contra el suelo, mientras veía al gigante avanzar contra él. En este momento, se sintió completamente ido. Rugió de furia, cerró hasta apretar los ojos, tomó una piedra que había a pocos pasos de él y se abalanzó contra el gigante rubio. De un golpe en la cabeza con la piedra lo derribó, y Karim no perdió oportunidad de lanzársele encima.

Desesperado, sin compasión, sin recordar siquiera su nombre o por qué y cómo lo hacía, Karim se vio golpeando con la piedra la cabeza del hombre, y lo siguió haciendo hasta que golpeaba una masa líquida que se entremezclaba con la arena del suelo. Y aún así, lo siguió haciendo, dos o tres veces más.

Se levantó entonces, tiró la piedra a un lado, se sintió la boca llena de espuma y prosiguió la persecución. A pocos pasos, la mujer había contemplado la escena llena de horror y ahora corría despavorida. “¡Tú no puedes alcanzarme!” gritaba, “¡tú no puedes!”, pero Karim hizo el último esfuerzo, privado de toda conciencia y raciocinio. Sintió el aire más pesado, el cielo más rojo, la arena más sucia. Saltó para empujar a la mujer y provocar su caída, y cuando ésta se iba de bruces contra el suelo, él extendió la mano para tomarla por los cabellos y la haló hacia sí con suma violencia. Ahí todo se volvió negro.

Epílogo: El despertar.
Karim abrió los ojos sobresaltado en su cama. Atrás quedaban los escenarios sombríos y desérticos y reconoció el familiar espacio de su habitación. Se despertó sobresaltado, jadeando y sudado, como si hubiera terminado alguna gran persecución. Por si le quedaran dudas, miró por la ventana para reconocer los techos siempre perennes de su vecindario. Y miró, sobretodo, su mano derecha, cerrada en un puño. Sintió un escalofrío en su espalda al abrirla lentamente, sólo para encontrarse con cuatro hebras de cabello rubio que sostenía firmemente en su mano.

domingo, 1 de abril de 2007

El loco de la vía


Es el mismo, de la casa barata, chata, hecha de lata que cantaba junto con el perro puntiagudo de alma de felpudo canciones de Silvio que el mismo trovador se había olvidado escribir. Abrió la ventana y respiró el aire del tren que se llevaba sus sueños para no desembarcar en la próxima estación. Pensó que si gritaba la palabra libertad le tomarían más en serio o despertaría más conciencias. Se equivocó, al igual que la mayoría de nosotros. Sólo le quedó la luna cantando sus desgracias y las gallinas que revolotean en lo que otrora era su sitio. El mundo siguió andando y mientras, todos nosotros nos seguimos ahogando.

sábado, 17 de marzo de 2007

Santiago de noche



Diario de los sueños #2: Los rateros

El sueño:
Por razones que no alcanza a recordar todavía, Karim se encontró en su sueño robando un dinero que era propiedad de algún familiar suyo. Y ése no era un dinero cualquiera. Eran miles de papeletas guardadas en un saco gris de los que usan en Cemento Cibao. Al ojo por ciento él contó que debían de haber ahí millones de pesos en billetes de esos que tienen el color rojo, razón por la cual se limitó a sonreír de forma hipócritamente nerviosa, envolver el saco bien para evitar que algo de su preciado contenido se cayera, y emprender la huida. Como cómplice tenía a una anciana cascarrabias y poco brillante que según recordaba nunca había visto en su vida.

Tampoco daba Karim en saber el por qué huía tan aceleradamente (aunque de vista le parecía evidente), pero su fuga les llevó a una casa que al pararse en la acera y verla de enfrente, les pareció extrañamente pequeña. Estilo victoriano construido en mampostería, y pintado de azul. Sin embargo, una vez dentro, la misma pareció triplicar su tamaño, y él no paraba de mirar hacia ambos lados conforme iba pasando por los salones de la casa, sin salir de su asombro.

Se encerraron entonces en el baño, mientras trataban de conciliar un plan, sólo que para disgusto suyo, la anciana no estaba cooperando, sólo estorbando con preguntas inútiles y haciendo ruido. Se vio entonces Karim en el sueño con la sangre galopándole en la cabeza al escuchar en la casa murmullos de personas que llegaban. En su paranoia pensó que eran sus perseguidores, y pensó en salir del baño para hablarles explicándoles que se calmaran, que él no era responsable del robo, y así lo hizo. Mas se enfureció sobremanera al regresar a su baño y ver que la anciana se había gastado una muy buena parte del dinero en artículos de plata y elefantes en miniatura. “Mira qué lindos” le decía ella “¿no quedan bien en la mesa de la sala?” “¡Estúpida!” le gritó él, y varios reproches de elevado volumen que hizo que los murmullos de la casa se dirigieran esta vez hacia donde ellos estaban. Rápidamente, Karim comprendió que de descubrirlos, estaba todo perdido. Sacó todo el dinero del saco y lo escondió entre sus ropas lo mejor que pudo, tiró gran parte de los elefantes en miniatura por el sanitario, dejó a la anciana en su mismo rincón y (estúpidamente, por cierto) salió corriendo, cruzándole por al lado a sus perseguidores como un rayo. Como en la parte frontal de la casa habían más personas, tuvo la “brillante” idea de correr hacia el patio de atrás.

El patio trasero y la ciudad limitaban en el gran muro de concreto que había al final del mismo, coronado con unos hierros verticales en la parte superior. Tras ellos, el cielo era rojo, y la ciudad robusta llena de edificios y casas victorianas era reemplazado por el desierto, marrón e inmenso, que en el horizonte era cortado por una cadena de montañas. Karim se vio trepando ese muro como el mejor de los gatos, mas un tanto pesado por todos los billetes que traía encima. Antes de despertar del sueño, metió la cabeza entre los hierros a la vez que uno de sus perseguidores le tomara por el pie. Con un rápido movimiento se le escabulló y se metió por los hierros, y vio hacia delante, con la luz del atardecer entre las montañas dándole en la cara. Frente a él, el desierto.