sábado, 17 de marzo de 2007

Santiago de noche



Diario de los sueños #2: Los rateros

El sueño:
Por razones que no alcanza a recordar todavía, Karim se encontró en su sueño robando un dinero que era propiedad de algún familiar suyo. Y ése no era un dinero cualquiera. Eran miles de papeletas guardadas en un saco gris de los que usan en Cemento Cibao. Al ojo por ciento él contó que debían de haber ahí millones de pesos en billetes de esos que tienen el color rojo, razón por la cual se limitó a sonreír de forma hipócritamente nerviosa, envolver el saco bien para evitar que algo de su preciado contenido se cayera, y emprender la huida. Como cómplice tenía a una anciana cascarrabias y poco brillante que según recordaba nunca había visto en su vida.

Tampoco daba Karim en saber el por qué huía tan aceleradamente (aunque de vista le parecía evidente), pero su fuga les llevó a una casa que al pararse en la acera y verla de enfrente, les pareció extrañamente pequeña. Estilo victoriano construido en mampostería, y pintado de azul. Sin embargo, una vez dentro, la misma pareció triplicar su tamaño, y él no paraba de mirar hacia ambos lados conforme iba pasando por los salones de la casa, sin salir de su asombro.

Se encerraron entonces en el baño, mientras trataban de conciliar un plan, sólo que para disgusto suyo, la anciana no estaba cooperando, sólo estorbando con preguntas inútiles y haciendo ruido. Se vio entonces Karim en el sueño con la sangre galopándole en la cabeza al escuchar en la casa murmullos de personas que llegaban. En su paranoia pensó que eran sus perseguidores, y pensó en salir del baño para hablarles explicándoles que se calmaran, que él no era responsable del robo, y así lo hizo. Mas se enfureció sobremanera al regresar a su baño y ver que la anciana se había gastado una muy buena parte del dinero en artículos de plata y elefantes en miniatura. “Mira qué lindos” le decía ella “¿no quedan bien en la mesa de la sala?” “¡Estúpida!” le gritó él, y varios reproches de elevado volumen que hizo que los murmullos de la casa se dirigieran esta vez hacia donde ellos estaban. Rápidamente, Karim comprendió que de descubrirlos, estaba todo perdido. Sacó todo el dinero del saco y lo escondió entre sus ropas lo mejor que pudo, tiró gran parte de los elefantes en miniatura por el sanitario, dejó a la anciana en su mismo rincón y (estúpidamente, por cierto) salió corriendo, cruzándole por al lado a sus perseguidores como un rayo. Como en la parte frontal de la casa habían más personas, tuvo la “brillante” idea de correr hacia el patio de atrás.

El patio trasero y la ciudad limitaban en el gran muro de concreto que había al final del mismo, coronado con unos hierros verticales en la parte superior. Tras ellos, el cielo era rojo, y la ciudad robusta llena de edificios y casas victorianas era reemplazado por el desierto, marrón e inmenso, que en el horizonte era cortado por una cadena de montañas. Karim se vio trepando ese muro como el mejor de los gatos, mas un tanto pesado por todos los billetes que traía encima. Antes de despertar del sueño, metió la cabeza entre los hierros a la vez que uno de sus perseguidores le tomara por el pie. Con un rápido movimiento se le escabulló y se metió por los hierros, y vio hacia delante, con la luz del atardecer entre las montañas dándole en la cara. Frente a él, el desierto.