martes, 29 de diciembre de 2009

Ironías

Santiago de los Caballeros. Miércoles. Hora: 12 y media del mediodía. Sol brillante, calor más brillante aún. Avenida 27 de febrero, cerca del sector Las Colinas. Estoy esperando uno de los autobuses "Banderita" para evitarme el incómodo e innecesario tránsito por el centro de la ciudad que un concho de la ruta A me daría. Sin embargo, llevo 20 minutos esperando el autobús. "Debe ser la hora". Puedo esperar 5 más, a lo sumo.

30 minutos más tarde, cambio de parecer. Mejor tomo una ruta A, que es lo que todo este tiempo ha estado pasando en oleadas mientras yo espero el autobús que nunca llega. "Pero es que no quiero entrar al centro, me retrasaría". No importa. Necesito llegar y estoy perdiendo tiempo.

Sin embargo, y como si me leyeran el pensamiento, los que escasean son los carros de la ruta. Diez minutos más espero, sin resultado. Me empiezo a desesperar de veras. Y en eso, como una visión sacada de espejismo del desierto, en medio del calor y la humedad, se ve la borrosa imagen de un auto con el rótulo de A pegado al vidrio. Escucho su viejo motor funcionando mientras se acerca. Le hago señas para detenerse. Lo hace a diez pasos de mi, roceándome todo el humo negro que desprende su retaguardia mohosa. Me acerco con rapidez, aún no del todo satisfecho por el cambio de ruta que me daría. Mientras trato de acomodarme, con medio cuerpo fuera del vehículo, puedo ver el autobús Banderita pasando a toda velocidad por el lado mío.

martes, 1 de diciembre de 2009

Invisible


Crédito de imagen: Fuente Externa.

Me siento como si no estuviera aquí, como si el mundo que estoy mirando a través de mis ojos es el reflejado por medio de una pantalla de televisión, retransmitido por satélite, y que por mi parte yo estoy a millones de kilómetros de distancia.

Las personas cruzan desorganizadas alrededor mío, y en verdad en cualquier momento espero que me atraviesen, sin darse cuenta de que estoy en su camino. Me siento invisible, inmaterial, como un mero espectador del caos que es esa obra de teatro que lleva por nombre vida, desarrollándose justo enfrente de mi. Incluso ignoro si debiera de aplaudir cuando esa función se termine. Pero si acaso termina, me veo entonces transportado hacia otro escenario, otra circunstancia, donde sigo cumpliendo mi papel de testigo, y donde poco influye mi opinión o punto de vista al desenlace final.

Y ahora mismo no sé si quisiera ser yo el que observa, o el que actúa. El que escribe o el personaje cuyas aventuras leen. El pintor o la pintura. Si fundirme hacia afuera, o hacia dentro. Ahora mismo no sé qué hora es, ni me interesa.