sábado, 2 de junio de 2007

Ninfa dormida


Borracha de sensualidad tras los efectos del vino, cayó, y miró su pared fija y dura mientras sentía el suelo bailar bajo su espalda.

viernes, 1 de junio de 2007

Diario de los sueños #3: Los cabellos de otra dimensión.

El sueño:
Aún abriendo los ojos y creyendo despertar, Karim se dio cuenta de que todavía soñaba, acostado como estaba. Miró hacia arriba para observar el cielo que se difuminaba en extraños colores rojizos, escondiendo un azul que tímidamente se contentaba con estar detrás. Y entonces, impulsado por un resorte cuya velocidad flanqueaba, él se levantó. Tuvo que desperezarse par de veces para darse cuenta de la localidad desértica en la que estaba. Se parecían a las dunas de una ciudad del sur, pero con aspecto más post-apocalíptico. El viento le soplaba en los ojos y arrastraba arena consigo, y forzando un poco la vista pudo ver a corta distancia el mar, como si quisiera esconderse también entre la brisa.

Por razones que sólo se saben en los sueños, Karim empezó a caminar, como si supiera dónde iba. Llevaba las manos abiertas, para recibir los golpes suaves de la arena que pasaba entre sus dedos impulsada por la brisa. Pasó entre matorrales casi secos y ruinas de una otrora casa de madera, cuando de repente la vio, columpiándose sobre una rueda colgada de un árbol. Era bella, casi inusualmente bella considerando lo surreal de todo el ambiente. Blanca y rubia, sus largos cabellos caían sobre todo su cuerpo desnudo, el cual le daba un aspecto atractivamente fantasmal. Y más se sorprendió Karim al notar el parecido en el rostro con ella, salvo que esta mujer, y no es arrogante al decirlo, era una versión mejorada de él mismo. Mucho más hermosa.

"¿Quién diablos eres tú?" preguntó él, con la sorpresa de encontrar una mujer bella y desnuda en un Chernobyl a menor escala. Ella se volvió, sin dejar de mecerse, y le lanzó una sonrisa burlona, seguida de una risa casi imperceptible. "Yo soy quien tú puedes ser", respondió. Más misterio. "¿Qué?" repitió él, casi mudo de asombro. Y ahí en ese momento fue que ella abandonó su semblante amistoso y de un salto dejó la rueda cayendo al suelo. Seriamente, miró a Karim y le dijo: "Yo soy quien tú puedes ser, pero tú nunca podrás alcanzarme. Gago de mierda. Estúpido..." , y en el acto echó a correr.

Con toda su fama de ecuánime, de paciencia excesiva y comprensión, Karim no pudo evitar que la sangre se le subiera a la cabeza del enojo que sintió. Su vista se nubló, al mismo tiempo que se le
teñía de rojo, los oídos se le nublaron, apretó los puños hasta hacerlos crujir y se lanzó a la persecución de la mujer a la misma velocidad con la que ella partió.

La arena pareció descender bajo sus pies. Volaban sobre las rocas. Cada zancada parecía de tres metros de largo. Por todos los rincones de la arena que ella corría, ahí iba él detrás, jadeante, colorado del esfuerzo, y furioso. De nada le valió a ella tratar de desviarse o burlarlo, la distancia entre ambos era demasiado corta.

De repente, enfiló sus pasos hacia unos matorrales y su cuerpo liviano pareció traspasarlos en un movimiento casi de ballet. Se disponía Karim a lo mismo cuando vio que le cerró el paso un tipo que salía de entre la maleza. Altísimo, rubio igual que ella, de barba, en camisilla y actitud desafiante. Le gritó Karim que se quitara de en medio, mas por toda respuesta recibió un fuerte empujón que hizo tocar su espalda contra el suelo, mientras veía al gigante avanzar contra él. En este momento, se sintió completamente ido. Rugió de furia, cerró hasta apretar los ojos, tomó una piedra que había a pocos pasos de él y se abalanzó contra el gigante rubio. De un golpe en la cabeza con la piedra lo derribó, y Karim no perdió oportunidad de lanzársele encima.

Desesperado, sin compasión, sin recordar siquiera su nombre o por qué y cómo lo hacía, Karim se vio golpeando con la piedra la cabeza del hombre, y lo siguió haciendo hasta que golpeaba una masa líquida que se entremezclaba con la arena del suelo. Y aún así, lo siguió haciendo, dos o tres veces más.

Se levantó entonces, tiró la piedra a un lado, se sintió la boca llena de espuma y prosiguió la persecución. A pocos pasos, la mujer había contemplado la escena llena de horror y ahora corría despavorida. “¡Tú no puedes alcanzarme!” gritaba, “¡tú no puedes!”, pero Karim hizo el último esfuerzo, privado de toda conciencia y raciocinio. Sintió el aire más pesado, el cielo más rojo, la arena más sucia. Saltó para empujar a la mujer y provocar su caída, y cuando ésta se iba de bruces contra el suelo, él extendió la mano para tomarla por los cabellos y la haló hacia sí con suma violencia. Ahí todo se volvió negro.

Epílogo: El despertar.
Karim abrió los ojos sobresaltado en su cama. Atrás quedaban los escenarios sombríos y desérticos y reconoció el familiar espacio de su habitación. Se despertó sobresaltado, jadeando y sudado, como si hubiera terminado alguna gran persecución. Por si le quedaran dudas, miró por la ventana para reconocer los techos siempre perennes de su vecindario. Y miró, sobretodo, su mano derecha, cerrada en un puño. Sintió un escalofrío en su espalda al abrirla lentamente, sólo para encontrarse con cuatro hebras de cabello rubio que sostenía firmemente en su mano.