lunes, 31 de enero de 2011

La viajera



Crédito de imagen: Miguel Rojas. http://miguelrojaz.blogspot.com/


Ella desapareció en el tiempo. Pasó de ser la que modificaba a su antojo las líneas de las manos para dibujar el futuro, a ser un lejano pensamiento que traía con su recuerdo una sonrisa. Para ser sincero, muchas cosas mías también se volvieron lejanas. Yo mismo desaparecí en el tiempo, fundiéndome con el reloj, sin ni siquiera ser consciente de ello. Tuve guitarras y canciones, dibujé más cosas que quedaron inconclusas que las que mostraron orgullosas su firma, en alguna caja están libros que leí pero me cuesta recordarlos, fuera de la portada. Reí y lloré, para volver a reír al darme cuenta de por lo que había llorado. Me caí y también me levanté, y reconozco que a veces ni me molestaba en levantarme si sabía que muy pronto me iba a caer de nuevo.

De repente, ella regresó, en dirección contraria al viento, echando la puerta a patadas. No importan los asuntos inconclusos y los versos sin pulir porque con ella todo eso adquiere un significado distinto y se comienza de nuevo. Ella pone fin a las eras glaciales de las personas. Trae fuego donde las cosas son frías. Trae intensidad donde uno se muere del aburrimiento. Si uno piensa que algo llegó a su fin, para ella es sólo el comienzo. Su beso siempre es el primero; es un detonante, una ojiva nuclear, un ente radioactivo que sólo hace esta Tercera Guerra Mundial más anhelada y salvaje.

Y aunque se fue de nuevo, está ahí. Atenta. Expectante. Se le ven brillar los ojos a la distancia, mientras trama alguna otra cosa para hacer temblar el mundo. De este lado, no podemos esperar.