domingo, 13 de marzo de 2011

Diario de los sueños #7: Los aviones


Crédito de imagen: Fuente Externa.

En un camino que se le hacía familiar, Karim venía a bordo de un vehículo con varias personas, todos amigos suyos. Era una minivan negra que venía a ritmo de grunge (también familiar) por un camino rural. Al lado derecho de la calle, se notaba una pequeña pendiente en ascenso donde al final de patios de grama se descubrían unas casas, detrás de altos árboles. Al izquierdo, la pendiente bajaba, hacia solares vacíos. Nadie hablaba de eso dentro del vehículo, ocupados como andaban en cantar mal, pero Karim sabía que iban de visita. Se detuvieron en el frente de una casa de fachada blanca, viéndola más alta que el resto desde el nivel de la calle en que estaban. Por razones que sólo suceden en los sueños, en lugar de dirigirse directamente hacia las escaleras que conducían a la residencia, siguieron caminando por la calle, como si quisieran admirar la casa desde otra perspectiva. De repente escuchan un ruido, que aumenta su intensidad conforme se acerca. Inconfundible, el motor de un avión pasando. Pero este avión es extraño, diferente del resto. Viene volando demasiado bajo. Su ruido se hace más fuerte. Echa humo por los costados. Demasiado bajo. La distancia entre el aparato y tierra firme se hace más corta.

La casa de fachada blanca ocultó visualmente el impacto, sólo reflejándose una fuerte luz detrás de ella, y el sonido, tan alto y contundente que hacía temblar los tímpanos, ligeramente un poco que menos que el suelo. Pasaron segundos, y tanto el sonido como el temblor no parecían interminables. Aún estrellado, el avión seguía en movimiento. Para horror de todos los presentes, desde detrás de unos árboles salió una mitad dando vueltas, devorando en su camino la minivan estacionada a escasos metros de Karim y su grupo, y cayendo en la pendiente que quedaba del otro lado, sobre un extenso solar de hierba. Entre el estrépito del metal destruyéndose Karim pudo escuchar a sus espaldas el grito de resignado horror del dueño del vehículo, un grito cuyo eco resonó entre las copas de los árboles mucho después del avión haberte detenido por completo en la verde grama, ahora de un color mucho más oscurecido.

Entre el caos de personas acercándose y los vehículos de emergencia, Karim pudo acercarse lo suficiente para ver el interior de la mitad del aparato que yacía sobre la planicie. Aunque no había indicios de fuegos, el humo dificultaba la visión, pero el tono enrojecido de las paredes y asientos no le dejó duda de qué era lo que estaba viendo. Tampoco los restos que se esparcían desordenados dentro del fuselaje.

(…)

Abrí los ojos de repente. Sentía mi boca abierta y la sensación húmeda de la almohada debajo de mis mejillas. Todo estaba igual a cuando me dispuse a dormir: todavía desarropado por el calor, y todavía oscuro afuera. Podía seguir una ronda más, aún era temprano. Cambié la almohada de lado y empujé la sábana más lejos con un pie.

(…)

Minutos después, Karim se vio sobre un acantilado. De frente y bajo sus pies, el mar, por igual hasta donde le alcanzaba la vista. A sus espaldas, residencias. Muy pocas, y separadas unas de otras. Arbitrariamente colocadas, sin diseño de calles, y todas con ese mismo estilo de dos pisos y fachada a dos aguas, con el frente superior en cristal. Como casas de campo en una montaña, serían perfectas, pensó Karim. Y, mera coincidencia, eran parecidas a las del camino por donde venían transitando en el sueño anterior.

En eso, pensando en casas de montaña con la brisa chocando su rostro, llegó el mismo ruido conocido. El mismo sudor frío. No podía ser posible. Karim sabe que está en un sueño, y que éste es un escenario completamente distinto del anterior, de hace apenas (…¿cuánto…?) cinco minutos. No puede ser posible… El mismo sonido estremecedor, el mismo temblor frenético bajo el suelo. Las luces amarillas sobre los montículos de humo, y el avión rodando por el acantilado mientras iba dejando sus pedazos en cada vuelta, de la misma forma en que Karim dejaba sus suelas tratando de correr lo más rápido posible para no ser embestido. Su respiración se agitó. Veía sus propias gotas de sudor resbalando por sus ojos como si fueran agua en un cristal. En su delirio, y completamente fuera de sí, se vio en el piso superior de una de las casas, de esos que tienen las paredes completamente en vidrio, levantándose de un sillón negro para llegar hasta la ventana, mirando cómo el avión rodaba al lado de su residencia sin destruirla, y cómo caía en el vacío hacia el mar.

La poca gente que había se amontonó curiosa en el borde. El aparato se veía flotando aún. El mar junto a la nave despedía humo. En su segundo piso, Karim observó a las personas, y se fijó en cómo al lado del grupo había una figura que se levantaba del suelo, mirando en dirección a la casa donde él se encontraba. Y se miró a sí mismo. Su loca carrera le había salvado. Con una mezcla de pena y satisfacción, ambos se sonrieron.

(…)

Abrí los ojos de nuevo. Mi pie está ahora debajo de la sábana. Sigue oscuro aún. Ya no quiero dormir.