(18/30i). Central Park, New York. La primera vez que pisé el
memorial, era una muy fría tarde de invierno donde los transeúntes parecían
haberse olvidado de Lennon mientras le pasaban distraídamente por al lado. La soledad hasta
nos convino, pues parecía más un encuentro íntimo que una visita de turista
entre árboles desnudos y cielos grises que poca atención le prestan a lo que
acontece debajo de ellos. Ahora que por fin regreso, el escenario no puede ser
más distinto. El claro y abrasador firmamento de verano era la carpa de circo de
decenas de payasos que nos reuníamos como familia que se reconoce sin nunca
haberse visto. Hay un tipo con una guitarra cantando todos los clásicos beatlerianos.
Gente que dibuja. Selfies grupales y vendedores de mercancía. El carácter
íntimo no ha disminuido aunque este lugar ya no quepa de gente ni los años le
pasen. Todavía mantiene su encanto. Qué bueno.
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