viernes, 13 de febrero de 2009

India X 4 ojos #6: Los paracaidistas


El procedimiento siempre era el mismo: ya de antemano sabíamos que noviembre y diciembre están repletos de celebraciones de bodas. Por si nos quedaba alguna duda, sólo con echar un vistazo alrededor salíamos de ella: regresando de algún sitio, sólo bastaba sacar la cabeza del rickshaw para ver los montones de lugares en proceso de decoración para la boda de esa noche. Después, todo era un poco más sencillo: hacer nota mental del lugar donde habíamos visto las decoraciones (equis rojas en los mapas ayudan mucho), acordar una hora, cenar ligero y volver allá, alrededor de 8 a 8:30 de la noche, listos para sucumbir a la fascinación que en el mundo occidental generan las bodas hindúes. (Guía para entrar: pararse frente a la puerta del local con cara de turista curioso cámara en mano, expresión genuinamente interesada por tomar fotos. No pasarán 10 minutos sin que algún familiar de los novios salga para decirnos que ahora somos sus invitados y que por favor entremos. Comida y bebida y demás a expensas de ellos.)



El rito por lo general es rutinario, no importa que se casen ricos o pobres: llega primero el novio en un caballo blanco con algún niño de acompañante (me imagino es el paje). A veces en la entrada del local hacen algún ceremonial con el padre del novio y un monje que ahí se encuentra, donde cantan oraciones, parten cocos y se pintan líneas en la frente. Luego de eso pasan al fondo, donde se encuentra una tarima con dos sillas y ahí espera el hombre a que llegue su mujer, mientras curiosos y familiares aprovechan el tiempo para retratarse con la figura sentada, enfundada en turbante, traje, y un collar con papeletas de cien rupias. Al mismo tiempo, la comida y bebida abunda, sin escasear en lo que quede de la noche.



Al rato, llega la novia, con sus damas acompañantes. A veces es fácil saber si el matrimonio es arreglado o no con sólo verle la cara a la novia cuando entra en este momento (tip: si no aparenta muy contenta, por lo general es lo primero). Viene ella con una guirnalda de flores en la mano, que coloca en el cuello del novio cuando se encuentra junto a él en la tarima. Si los asistentes han bebido lo suficiente o se encuentran del buen ánimo requerido, les tiran pétalos de rosas, presumiblemente de las que sobraron cuando se hicieron las guirnaldas.


Esta es también buena ocasión para nosotros los curiosos entrometidos saber si los tórtolos en escena de verdad están ahí porque se quieren o porque alguien más que no eran ellos quiso. Si es arreglado, se notará que la pareja en ningún momento se cruza la mirada, y tras la puesta de las guirnaldas cada uno se sentará en su silla, mirará hacia la cámara que le quede más cerca, y resignadamente se entregan a la interminable sesión de fotos que continúa, donde cada miembro de la familia, desde el más joven al más viejo, y desde el más elegante hasta el último desfachatado, querrá salir en las imágenes. Mientras se espera el turno, los demás comen y bailan, todavía.


Claro que también es ocasión para no dejar pasar la oportunidad de uno mismo retratarse con los novios.



Luego de más de tres horas de fotos y congratulaciones, los novios pasan a una carpa donde se lleva el rito del matrimonio propiamente dicho, que varía depende de las tradiciones de las que vengan los románticos tórtolos. A veces se conserva el hecho de que la novia se acerque con una hoja en el rostro para no ver a su futuro esposo. También está lo de caminar siete veces alrededor de un pequeño altar en el suelo comprendido de flores y velas. Y luego, tras ser declarados marido y mujer, que siga la fiesta (no pueden decir que comience, porque comenzada está hace bastante rato). Y sigue de verdad. Hasta bien entrada la madrugada o bien entrado el día siguiente. Toda una verdadera farra oriental.

1 comentario:

Libelula De Azul dijo...

Interesante foto-crónica!