sábado, 8 de octubre de 2011

Diario de los sueños #8: Los ojos miel y los pasillos que no van a ninguna parte

El bus lleno de gente quedó en otro lado, donde no pudiera verse. Parecía ser una excursión en un desierto, todos a bordo de un autobús rojo, un poco oxidado en el exterior, y con calcomanías de políticos en el vidrio trasero, de por sí ya tupido del polvo. Karim iba entre los pasajeros, como siempre rodeado de personas pero sin sentirse acompañado de ninguno en específico. En este tramo del viaje se habían detenido en una estructura en el medio de la nada, y los excursionistas andaban cada uno por su lado explorando el extraño edificio. El sol brillaba afuera pero nadie se sentía con calor ni sofocado. Y ya una vez dentro de la edificación, nadie tampoco podía ver dónde había quedado estacionado el vehículo. Sabían que estaba en algún lado, pero se les escapaba a la vista.

Karim caminaba por uno de los pasillos, en su cabeza tarareando alguna canción de Queen, sintiendo el ligero peso de su mochila atravesada en la espalda. La construcción era de color ladrillo, y en ella sólo había largos corredores con pequeñas aperturas en los que se asomaban tímidas escaleras. A un lado, paredes, y del otro, grandes huecos a todo lo largo como ventanas, pero sin cristales. Más allá de ellas, el desierto. El inmueble se veía como las ruinas de algún castillo antiguo de esos que aparecen en postales, o desde una visión más mundana, de estos edificios de aulas que tanto abundan en las universidades que Karim conocía. No había mobiliario ni puertas, y a pesar de lo obviamente viejo y gastado, tampoco se veía sucio. El suelo de piedra no sonaba cuando se pisaba sobre él, ni menos levantaba polvo. Era extrañanamente liso y parejo.

Las voces de las demás personas le parecían a Karim cada vez más difusas a medida que él iba ascendiendo por las escaleras a niveles superiores. La melodía de Queen en su cabeza dejó de tener fuerza al captar otra música que procedía del nuevo pasillo al que acababa de entrar. Pero ésta no era una canción. Era más bien el suave susurro de una voz femenina que se acercaba caminando. Karim miraba la figura con extrañeza. Definitivamente era el rostro y el cuerpo de una persona que conocía, pero el mismo se veía desenfocado alrededor de los ojos miel, que brillaban como si tuviesen un par de focos encendidos tras los iris, y se convertían en el punto focal del que no se podía apartar la vista. Al principio intercambiaron frases tímidas; conforme los segundos pasaban, la conversación fue ganando en calidez y en más oraciones. Se sentaron en una de las escaleras de piedra, casi al unísono, sin interrumpir la charla. Karim sentía cómo cada gramo de cercanía del espacio vacío entre la bella mujer y él se llenaba de una electricidad que se le hacía difícil de resistir. Intentó besarla. La primera vez, ella se retiró suavemente a un lado, con una débil sonrisa, balbuceando excusas sobre su hermana y otras cosas que no tenían sentido. La segunda vez, le fue inútil. Sus nuevas excusas fueron calladas por el choque violentamente erótico de dos bocas que se besaban sobre las piedras, en medio del desierto.  En esta ocasión, Karim sentía la voz de la mujer penetrando en su cabeza, a un volumen cada vez más alto. Dicha voz opacaba cualquier pensamiento de alerta que intentara hacerse paso. Cuando sonaba ya como un chirrido en la parte interna de su oído, todo se le volvió negro. Lo último que vio fueron los ojos miel que le clavaban la vista sin parpadear siquiera; él intentó hacer lo mismo. Incapaz de luchar, Karim perdió el sentido.

Cuando despertó, estaba tirado en el suelo.  Su mochila estaba abierta y vacía, y lo que era peor, la mujer ya no estaba. Se levantó lo mejor que pudo y caminó sintiéndose mareado, como si se fuera de lado. Veía con esfuerzo las paredes del pasillo dando vueltas juguetonamente a su paso. Presa del susto, comenzó a andar con más rapidez. Tomó la mochila y quiso bajar por las escaleras, pero veía con horror cómo las mismas, tras cuatro escalones, terminaban en una pared que no iba a ningún sitio, cortando el acceso. Siguió corriendo por el pasillo para ver que todas las escaleras estaban cerradas. Afuera comenzaba a oscurecer, peligrosamente rápido. El sol no se veía. Escuchaba el motor del autobús rojo poniéndose en marcha. Tenía el impulso de gritar para avisar que no se fueran, pero guardaba la esperanza de encontrar una salida aún. Parecía que mientras más andaba, más largos y escurridizos eran los corredores. Las pequeñas aperturas que escondían los escalones parecían no existir más, y donde los había, una pared de ladrillo les impedía el paso. Karim aceleraba, ahora sudando. Sintió afuera el vehículo arrancar. Junto a ese sonido, pareció escuchar el timbre de un teléfono colándose por los orificios de las ventanas, que a cada repetición se oía más claro. El mundo alrededor empezaba a desenfocarse.

(...)

Tengo que levantarme y patear una sábana para contestar el celular. Lo dejé lejos de la cama la noche anterior; no sé quién puede estarme llamando temprano en la mañana. Pero al poner los pies sobre el suelo frío me siento cansado y desorientado, sin decir de un dolor de cabeza que no me deja ni pensar mucho. Al menos ya estoy despierto, y este lugar en el que estoy me parece conocido. Debe serlo: es mi habitación. Me encuentro a salvo, o eso creo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy interesante, adoro tu forma de narrar... Si me lo permites una recomendación: tapones para los oídos ;)