viernes, 14 de mayo de 2010

La respuesta


Ella no podía dormir. Cansada del esfuerzo de hacer cerrar inútilmente sus ojos, los tenía fijos en el techo, donde en la oscuridad ella imaginaba que éste se despegaba y se elevaba en las estrellas hasta perderse. De repente, incluso hasta sentía que las estrellas se hacían más grandes y cercanas. Pensó estar loca cuando vio que se movían. Como un gran rompecabezas que se armaba de forma autónoma, dibujaban una cara. Ella pensó en su madre. En su interior la invocaba, le pedía que se manifestara, que no le había sentido en ningún momento en los cuatro años después de ésta fallecer. Cambió la vista del techo con humedad al tocador, dos metros al sur de su cama. La vela ceremoniosamente colocada frente al retrato de su madre había languidecido hasta extinguirse, pero el humo de su mecha se elevaba débilmente aún. Ella clamó de nuevo. En silencio mencionó su soledad, sus tribulaciones, la falta del calor de una mano que pudiera sentir sosteniendo la suya, aunque fuera a distancia. El clamor se fue tiñendo de enojo, la súplica tomó tinte de ultimátum. El humo de la vela dejó de existir. La brisa que soplaba por las ventanas abiertas se escondió. El cuarto se hizo en segundos más oscuro. De repente, un ruido seco inundó el sitio. Ella se sobresaltó. Habían tirado algo al suelo, con violencia. Se levantó de un brinco y encendió las luces. El retrato de su madre yacía en el piso, boca abajo. El vidrio del enmarcado no estaba roto.

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