martes, 17 de julio de 2012

El doble filo de los consejos

Crédito de imagen: Fuente Externa.

 En una de esos tantas clases de Diseño mientras cursaba la carrera de Arquitectura en la universidad, un día me vi completamente seco de ideas faltando sólo una semana para la entrega final del proyecto. Aunque esos "bloqueos creativos" me pasaban con frecuencia, en esta ocasión ya me estaba preocupando. Y mucho. Dentro de ocho días era la presentación, y todavía no terminaba de definir elementos importantes de la fachada y morfología del edificio. Me estaba cagando del miedo. Tenía todas las herramientas ahí, pero no daba con una solución que me hiciera sentir satisfecho. Casi rendido, en un acto de desesperación recurrí al último recurso que sentía me quedaba.

Saqué el teléfono y pulsé el número de un arquitecto amigo, ya graduado hace mucho tiempo, que además era profesor, y a quien además respetaba bastante. Sentía era la única persona en quien podía confiar en esos momentos para una solución rápida. "Man, tienes que meterme la mano en esto. No sé qué hacer". "Descuida", respondió con voz tranquilizadora, "verás que eso se resuelve esta misma noche".

Efectivamente, veinte minutos pasadas las ocho de la noche, hizo su aparición el arquitecto estrella. Llegó dramáticamente, como si la sala de mi casa fuera un escenario teatral. Caminaba despacio hacia donde la luz de la lápara del techo pudiese iluminarlo mejor, y miraba hacia los lados con la cabeza ligeramente levantada, como si todo le llamara la atención, pero de una manera vagamente desinteresada. Llegó hasta la mesa del comedor, donde tenía yo las hojas de los dibujos del proyecto y una maqueta de estudio a medio terminar. "¿Este es?" preguntó.

Para alguien de su experiencia y talento, no era necesario explicarle mucho. Cinco minutos de mi parte para decirle lo básico que trataba de hacer fue suficiente para despertar en él sus instintos de cirujano de proyectos. Sin levantar la vista de la maqueta, extendió la mano con rapidez. "¡Cuchilla!" pidió "¡Y pegamento!" A su lado, como el enfermero asistente, yo lo miraba sorprendido de la manera en que trabajaba directamente sobre el modelo, cortando elementos de un lugar para darles una forma distinta con la cuchilla y pegarlos en otro, creando espacios y formas completamente nuevas, que de ninguna manera se me hubiesen a mí ocurrido. "Y mira qué genial si tú haces esto aquí....Y ruedas esto para lograr algo allá..." Y más sorprendido estaba yo por lo mucho que me estaba gustando lo que él iba haciendo. Cuando terminó, 20 minutos después, este servidor tenía una sonrisa en los labios. Mi proyecto estaba resuelto. Y se veía bastante bien. "Haz eso" dijo él "y verás qué bien te va a ir". Y con la misma pomposidad teatral con la que llegó, se retiró y se fue. Casi veía yo un telón imaginario que se cerraba ante mis ojos cuando atravesó la puerta de salida. Hasta ganas de aplaudir me dieron.

Cuando llegó el día de la entrega, entré al curso orgulloso, sosteniendo mi recién terminada maqueta en una mano. Estaba feliz, había hecho todos los cambios que me habían sugerido y pensaba que de verdad tenía un buen trabajo. Vi las miradas de mis demás compañeros mientras me dirigía a colocar mi proyecto en una mesa, y algunos se acercaban curiosos. "Woww...qué bien está eso...Rompiste....Genial...Qué envidia...". Les respondía inclinando la cabeza en (falsa) señal de modestia. "Gracias...tan amables....para nada...". En medio de las felicitaciones, el profesor hizo su aparición en el aula. Mi turno de presentación fue de los últimos, y veía proyectos caer y despedazarse ante las críticas de peso del maestro. Yo por dentro sólo sonreía. "Mi edificio cambiará todo eso", pensaba, "deja que él lo vea". Y me cruzaba de brazos.

En mi turno, todas las miradas se concentraron en la mesa en la que tenía mi maqueta y los dibujos alrededor. El profesor se acercó, y antes de yo siquiera poder decir nada, espetó, con rapidez: "¿Y qué fue lo que hiciste aquí? Estaba muchísimo mejor como lo tenías antes". Sólo me sale un confuso "¿...ehh?" "Siii" continuó, "estas modificaciones que le hiciste ahora rompen con toda la estética de ese edificio. No van con nada de lo que hay ahí". No puedo creerlo. Junto conmigo, el resto de la clase tampoco. "Si le seguías trabajando la línea que llevabas, te sacabas una A. Por esto que hiciste ahora y que no le veo ningún sentido, te pondré una B". Y acto seguido, escribió la calificación en su registro de calificaciones. "Próximo...", siguió mientras levantaba la cabeza y caminaba a otra mesa.

What.The.Hell. Como si me hiciera falta aprenderlo, pero ese día me reconfirmó que las opiniones y consejos pueden ser sumamente subjetivos, más aún en un campo como éste. A final de cuentas, nunca supe quién fue el que en realidad estaba en lo correcto, si el profesor o el arquitecto amigo y junto con él (y conmigo) el resto de la clase que coincidía en que de verdad los nuevos arreglos habían quedado magistrales. Tal vez meterse en discusión con eso hubiese sido una pérdida de tiempo (es cuento viejo de que los profesores tienen la razón en todo, especialmente los de Arquitectura). Pero no me molesta tampoco. Lo solté ese mismo día. Y aún hoy sigo confiando más en el amigo. No sé por qué, supongo todavía admiro su teatralidad y su ágil sentido del espacio. En muchos casos, esas cualidades son hábiles captadoras de confianza (inserto risa). Debo tomar nota. Necesito aprender más de eso.

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