miércoles, 6 de abril de 2011

Ella y El: versión cuarto de hotel a 12,000 kilómetros de distancia.


Crédito de imagen: Fuente Externa. 

El pesaba 180 libras. Al menos 40 de ellas eran exceso de equipaje emocional. Ella, mucho más delgada y risueña, no lo conocía más que apenas unas semanas, pero ya compartían una misma sábana estrujada algunos días por la mañana en un cuarto del hotel en el que ambos estaban.

El parecía el protagonista del Cuervo de Poe. Lo único oscuro que Ella traía consigo era su negra mochila. Dentro llevaba un cuaderno de igual color, en el que escribía con una caligrafía casi musical en un lenguaje ininteligible para El.

El la consideraba curiosa. Ella, singular; pero ambos no desentrañaban el misterio del lazo que hace que dos almas se reconozcan aún a miles de kilómetros de distancia de casa, en un hotel huraño del centro de una ciudad bulliciosa. Dentro de aquel desorden urbano, Ella lo tenía a El, El a Ella y un cable de pensamientos antiguos y oxidados que todavía no aprendía del todo a desconectar.

Esa mañana – jueves - de temperatura fría a pesar de hacer sol, El tocó la puerta de Ella, como era usual. Pocos minutos después, el nudo contorsionista de sus cuerpos era puesto en marcha sobre las mismas sábanas estrujadas que les servían de abrigo. Ella encima de El, y éste último dibujando con sus manos figuras imaginarias sobre la suave espalda tambaleante que lo aprisionaba. Su proximidad era tan cerrada, que ninguno sabía el aire de quién estaban respirando. Los débiles susurros que escapaban de una boca eran inmediatamente a su salida recogidos por otra que esperaba expectante. En los pocos momentos en los que abría los ojos, El veía el mundo a través de un filtro amarillo que se movía: los espesos cabellos de Ella que caían abundantes y juguetones sobre su rostro.

En cámara lenta, en movimiento cirquense, Ella cambió felinamente de posición. Deslizó sus manos huesudas en camino hacia el sur geográfico de su presa, sobrevolando vellos despistados que se erizaban en su lento andar. Con los ojos entreabiertos, El pudo ver las rosadas uñas de Ella mientras rodeaba con sus manos su descubierta y vulnerable hombría. Con ansiosa emoción El sintió el cambio de textura a una más húmeda y flexible. Ella usaba su mismo instrumento de habla en un lenguaje que ahora era diferente. El tiró la cabeza hacia atrás, hundiendo el cráneo en la almohada, que se le resbalaba sin darse cuenta. Los cabellos amarillos se le hicieron más lejos, hasta desaparecer de su vista. Ahora veía el techo, desenfocado. La diminuta filtración a la izquierda se hizo cada vez más insignificante. Extendiendo sus manos hacia abajo tocaba los hombros de Ella, y los apretaba en un intento de clavarle las uñas. Se imaginaba sacándoles sangre, para posteriormente lamerlas gustoso en un intento de consolación. Sentía su cuerpo en movimiento, sus garras no podían controlarla. Ella bombeaba con un delirio contagioso y velozmente rítmico. El por su parte iba siendo cada vez más ajeno a su entorno. Su respiración se agitó. Su espalda se encorvaba. Con los ojos cerrados veía luces de colores, y las mismas parecían bailar una música que se escuchaba entrecortada perdida en la distancia, para ir subiendo peligrosamente de volumen a nivel de un chirrido. Este a su vez se convirtió en una explosión.

De repente en su mente reinó un silencio como nunca había experimentado. Desnudo y emancipado, El no sintió más las sábanas que se agolpaban bajo su peso ni el crujir del lecho. Se sintió flotar con la boca derretida mientras Ella saboreaba el maná extraído de las profundidades de un cuerpo a su placentera disposición. Sumiso, El se dejó caer, pudiendo jurar que el aire era más caliente y pesado que su carne recientemente exorcisada. En visión monocromática y a rayones, como película muda de los años 20, la vio a Ella, sonriente y brillante, y El tampoco, en su lenta vuelta del éxtasis, pudo evitar una sonrisa. Más que una satisfecha, era la sonrisa de un hombre que se abrió como las páginas de un cuaderno y cuyos malos dibujos le borraron para plasmarle obras maestras. La sonrisa de un hombre que a una suave manipulación femenina expulsó el peso innecesario de basura muerta que se agolpaba en su interior carcomido. Era la sonrisa de un hombre por fin libre.

2 comentarios:

Unknown dijo...

Me quedé sin habla... es sencillamente fascinante!

Karim López dijo...

Gracias!! A tu orden! :D
.-K